lunes, 1 de noviembre de 2010

relato de... Iqus


El ruido de los tacones  inundaba cada pasillo y habitación del ajado hospital. Igual que las manecillas de un reloj, los tacones marcaban un ritmo opresivo que convertía el aire en una espesa melaza difícil de atravesar. Cada paso por alejarse de ellos le exigía poner al límite la escasa resistencia que aún le quedaba.

Paso tras paso. Pasillo tras pasillo. Habitación tras habitación. El único pensamiento que cruzaba su mente era alejarse lo más posible de los tacones y encontrar la salida del hospital.

Sintiendo el frío de las losas de mármol en sus pies descalzos, se adentro en un nuevo pasillo rezando llegar a la salida, pero en su lugar encontró una puerta entreabierta.

Sonidos ahogados provenientes del otro lado de la puerta golpearon su cerebro para que retrocediese y continuase buscando, pero el aterrador sonido de los tacones a su espalda fue más poderoso. Con miedo, abrió la puerta y la cruzó.

Antes su asustada mirada se abrió una sala pequeña e impoluta. Una luz blanca permitía ver la totalidad de la sala. Una ventana cubierta por una gran cortina. Un dispensario lleno de plateados objetos de aspecto siniestro. Un biombo en una esquina. Una puerta entre abierta al otro lado. Y en el centro de la sala, una camilla. Una camilla ocupada.

Tendida sobre ella, una joven desnuda de piel pálida se retorcía. Sus manos y pies estaban inmovilizados a las barras de la camilla mediante correas de cuero y una mordaza silenciaba sus gemidos, pero sin llegar a ahogarlos por completos. La joven no dejaba de agitarse, como si tratara de alcanzar algo.

Con pasos temerosos, se dispuso a andar rodeando la camilla para alcanzar la otra puerta y salir de ahí para continuar con su huida.

Mientras pasaba frente a la joven, esta miro suplicante. Sin pronunciar palabra rogó por ser soltada. Deteniéndose unos segundos mientras meditaba que hacer, observó una cinta de plástico alrededor del cuello de la joven con unos números y letras negros grabados en ella. Sobre su piel, alguien había escrito una secuencia empleando un rotulador negro: EE013.

Cuando estaba a punto de estirar el brazo para soltar las correas, el sonido de los tacones volvió a imponerse por encima de los gemidos de la joven. Retrocediendo ante el sonido, se giró sin mirar a la joven en busca de la salida y reparo en los folios que había en una mesa auxiliar, junto a una ampolla de líquido azul y una jeringuilla.

Sin detenerse demasiado, sus ojos fueron capaces de captar unas fugaces líneas subrayadas: “Excitante Experimental; tipo 013. Tras aplicarle una dosis al sujeto XX-22-130788, al cabo de cinco minutos presenta un aumento del pulso y empieza a segregar fluidos corporales en abundancia. Tras diez minu…”

Un taconazo acompañó a la visión de una sombra tras la puerta por la que había entrado, por lo que salió rápidamente por la puerta opuesta volcando la mesa auxiliar y su contenido por el impoluto suelo.

Con pasos acelerados se volvió a internar por el polvoriento pasillo. Volvió a recorrer las laberínticas estancias del hospital, buscando la salida.

Cada que vez que entraba en una de las impolutas habitaciones, veía a más “pacientes”. Hombres y mujeres con los mismos collares de plástico en el cuello. Cada uno mostraba distintas poses y reacciones ante diversos sueros. Cada nueva habitación le mostraba un nuevo mundo de placeres incontrolables. En ocasiones se encontraba a “pacientes” siendo sometidos a prácticas dolorosas y humillantes, y eran estos los que mostraban un éxtasis mayor.

En una habitación, una mujer permanecía colgada de una estructura mediante unos finos cables que estaban atados a unos aros de metal que estaban clavados en su piel, y sus gemidos eran casi capaces de ahogar el sonido de los tacones. En otra, un hombre mostraba agujas clavadas por todo su cuerpo. En otra, una pareja atada con cables eléctricos recibía descargas de manera aleatoria.

Todos los “pacientes” estaban en un estado de excitación continua. La mayoría ni siquiera reparaba en su presencia. Y en esa atmósfera inundada por la opresión de los tacones y los sonidos, olores y sabores de la excitación de los “pacientes” continuó su búsqueda hasta alcanzar una de las salas inmaculadas. Solo que en esta no había “paciente”. Y tampoco salida.

Buscando desesperadamente una salida, sintió como la presencia de los tacones la había alcanzado repentinamente, sin avisar. Con pavor se giró y la observó.

Alta y poderosa. Con formas perfectas. Iba vestida únicamente con una impoluta bata blanca con su nombre cosido en ella: Muscaria. Unas gafas de fina montura metálica sobre su delicada nariz le daban un aire aún mayor de autoridad. Los omnipresentes zapatos de tacón negro relucían en sus pies. Una sonrisa cargada de astucia se formó en sus labios. Y con pasos delicados fue recorriendo la sala hasta alcanzar una mesa.

1 de Noviembre. ¿Cuánto habrá pasado ya? ¿Cuantas veces habremos vuelto a este mundo mortal por esta noche? ¿Cuántas veces has intentado ya escapar de mis cuidados, ..-24-011184? – la doctora dejó sobre la mesa el calendario que había cogido instantes antes. – Es hora de tu tratamiento. Ya sabes que no puedes escapar. Cuanto más lo intentes, más dolerá. Aunque eso…no siempre es malo, ¿verdad?

Tenía razón. No podía escapar. Lo había intentado cada 1 de Noviembre. En cada cumpleaños. Cada vez que el Más Allá se acercaba al mundo de los mortales. Pero siempre fracasaba. Y sabía lo que el fracaso implicaba.

Sin dejar de sonreír, la doctora sacó una jeringuilla de su bata. Y se acercó acompañada por el sonido de sus tacones y el coro de gemidos de sus “pacientes”.

Fin.

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Vincent Stephens

a lápiz.....

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