Un Carnaval diferente.
Última semana de Febrero, apática cambio de canal en canal en el televisor. Murgas, chirigotas, comparsas… muchas regiones de España viven su semana grande. Miro con recelo, en mi pequeña ciudad no se celebra esta fiesta pagana. A lo sumo, desfiles escolares y algunas fiestas y promociones en pubs y discotecas. No me llama nada la atención. Apago el televisor y decido enchufar el ordenador, a ver que se cuece, aunque sin muchas pretensiones.
Actualizo redes sociales, miro cosas del trabajo… cuando aparece una pantalla emergente, es el Messenger. Me estaba hablando una pareja de Señor y Señora, que había conocido un par de meses atrás. La conversación no se salía de lo normal, típicos saludos, preguntar qué tal va… aunque yo sentía un gran respeto hacia estos dos Amos. Mi objetivo no era llegar más lejos de la relación que manteníamos, ni siquiera me había planteado tener una relación con Ellos.
La Señora acaba preguntándome por mis planes para ese fin de semana, al transmitirle yo que se presentaba bastante aburrido y monótono me propuso un plan: “Hay una fiesta de disfraces por Carnaval en un local BDSM de Madrid, si te apetece puedes venir. No te preocupes por el alojamiento, puedes quedarte en casa si quieres”. Me sentí muy extrañada al leer estas palabras, yo les había manifestado mi idea de viajar a Madrid en alguna ocasión a una fiesta BDSM pero no esperaba que me lo dijeran de forma tan directa.
Dudé. Temblaba y era incapaz de coordinar mis dedos para escribir en el ordenador. No sé ni cómo ni porqué, pero acepté. Sólo atiné a decir “Me gustaría mucho ir, Señores”. Acordamos los últimos datos; combinaciones de tren, horarios, normas y demás y nos despedimos. Entonces lo pienso y siento una gran inseguridad. “Estás loca” me digo repetidamente a mí misma.
Faltan tres días para mi viaje. Combino mi rutina diaria de trabajo con la preparación del disfraz para la fiesta. Mido cada detalle, procuro que esté todo perfecto.
El viaje.
Llego a la estación con antelación, las agujas del gran reloj parecen estar paralizadas. Tengo la impresión de estar en un sueño, como si no fuera real lo que estoy viviendo. Casi de forma automática me subo a mi tren. Falta aproximadamente media hora para llegar, es entonces cuando soy consciente de todo, los nervios se intensifican. No entiendo mis reacciones. Siento que he perdido el control de mi misma. Descubro que siento algo por Ellos.
Toma de contacto.
Me esperan en la Estación de Tren. Nos saludamos cordialmente. Guardo el protocolo, aunque, contrariamente a lo que yo pensaba, no me cuesta nada hacerlo. Vamos a Su casa y acomodo todas mis cosas. Decidimos ir a tomar algo y después descansar, mañana durante todo el día es la gran fiesta.
Vamos a un bar, donde sigue el protocolo y una charla muy agradable. Más bien, eran Ellos los que hablaban, yo estaba tan nerviosa que no podía articular palabra. Preguntan qué me pasa y me hacen saber que si estoy incómoda en cualquier momento lo diga. Contesto que no, todo está OK.
Volvemos a Su casa y nos acomodamos en el salón para continuar la charla. La Señora me pregunta tajante: “Te veo rara. ¿Qué te pasa? ¿Hay algo que quieras decirnos?” Yo me limito a negar con la cabeza, aunque creo que perciben mi inseguridad. Entonces el Señor dice: “Si estás segura no pasa nada, sigamos con la charla”. Automáticamente digo “Es que…. No sé… Estoy…. No sé….” No podía completar una sola frase. Ellos trataban de tranquilizarme y poco a poco me sacaban las palabras con sacacorchos. Acabé confesándoles que no sabía lo que sentía.
Me dieron una lección. Parecía que me conocían de toda la vida, que sabían al milímetro lo que pensaba en cada momento. Para mi asombro, me sentía bien, no era una situación incómoda para mí.
Y así llegamos a un acuerdo y establecimos algunas normas para ese fin de semana: probaríamos a conocernos, yo debía obedecerles en cualquier cosa, aunque no podía tratarles de Amo/Ama. Si me sentía incómoda tenía que decirlo. Igual si quería irme. Iba a ser obligatorio para mi utilizar el protocolo básico (Usted y Señor/a), aunque podía utilizar más protocolos si me sentía cómoda. El objetivo de ese fin de semana era que los tres disfrutáramos y ya hablaríamos al acabarlo de todo. Era una prueba para los tres, nuestra prueba.
Inmediatamente me ordenan que me desnude y coloque de pie, con las piernas abiertas y las manos detrás de la nuca. Me revisan al completo, primero con la mirada y después recorren cada centímetro de mi cuerpo con Sus manos. Me excito. “No no, perrita, aún no va a pasar nada. Vete a dormir. Mañana será un día duro. Ah, ni se te ocurra tocarte” –ordena el Señor. Obedezco. Me duermo casi al instante, gracias al cansancio acumulado.
La fiesta.
Me habían ordenado prepararme para la fiesta. Salgo al salón con mi traje de Geisha, que con tanta dedicación había preparado. A Ellos Les encanta. La Señora me ayuda con el peinado y el maquillaje. El Señor se encarga de hacer que Les sienta en todo momento: “Ven aquí perrita. Hoy sólo vas a pensar en nosotros. Primero porque vas a encargarte de que no nos falte nada y segundo porque vas a llevar puesto esto todo el día.” – decía mientras introducía un par de bolas chinas en mi sexo.
La Señora llevaba un traje precioso de Dama negra y el Señor iba vestido de capo de la mafia.
Estaba muy nerviosa, por mi cabeza rondaban multitud de ideas de cómo se iba a desarrollar la fiesta, la incertidumbre de no saber si iba a estar a la altura…
Nos dirigimos al lugar donde se celebraría la fiesta en coche. Los Señores conocían a mucha gente y estuvieron todo el rato hablando con unos y con otros. Yo pendiente en todo momento de que Sus bebidas estuvieran llenas y asegurándome de Su comodidad.
Se podía ver gran variedad de disfraces, algunos más bonitos que otros, pero ninguno como el de los dos Señores a los que acompañaba. Me sentía orgullosa y feliz de ir con Ellos y no precisamente porque llevaran un traje bonito.
Todo el mundo disfrutaba, se rencontraba con sus conocidos, hablaba, jugaba… Yo esperaba, nerviosa. Estaba segura de que en cualquier momento me tocaría a mí demostrar mi aguante al dolor físico, o quizás… alguna humillación… Pero no llegaba ese momento.
También pudimos disfrutar de algunas funciones y performances que habían preparado algunos asistentes. Yo miraba asombrada todo aquello. Nunca había estado en un ambiente similar. Me sentía bien, libre. Era lo que quería ser.
Hora de irse. Cansada y desconcertada terminaba de despedirme de las personas con las que habíamos entablado conversación durante todo el día. En el coche hicimos algunas reflexiones del día y yo, armada de valor, comenté que me había extrañado que no hubiéramos jugado. En ese momento vino la lección de coherencia y autocontrol de los Señores que manifestaron que les había encantado mi comportamiento, que había estado muy correcta, pero que aun así faltaba conocernos mucho más para poder hacer una exhibición en público.
De nuevo en casa. Ellos se acomodan en Sus sofás. Me desnudo y me dirijo al salón, sin que Ellos digan nada me arrodillo, me inclino hacia adelante, hasta que mi frente toca el suelo y extiendo los brazos. “Muchas gracias por todo esto. No quiero que acabe nunca… Les suplico me tomen como Su sumisa” – Les digo, asombrándome a mi misma al poder manifestar mis sentimientos con tanta facilidad.
Hablamos largo y tendido sobre el tema. Me cogieron como su sumisa a prueba y desde entonces y hasta hoy mi objetivo en la vida es el de servirles y Ellos son mi razón de ser.
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