sábado, 18 de febrero de 2012

Relatos Carnaval.......... allá van!!!! 4. esclavito

Érase una vez en un lugar cuyo nombre no importa que vivía un arlequín llamado Pierrot. Un muchacho romántico y soñador, huraño del gentío y del mundo, afecto únicamente a recitar poesías de noche a la Luna. Todos los días, al ocultarse el sol por el horizonte Pierrot salía al balcón y se encontraba con el astro de plata, cantando los versos compuestos durante la mañana y la tarde.
Una noche la Luna quiso poner a prueba la adoración del arlequín, y al verle le preguntó:
- Dime arlequín, ¿porqué me amas tanto que todas las noches me recitas poesías y entretienes mi paseo con tu melodiosa voz?
El muchacho respondió sonrojado:
- Porque amo tu trágica soledad, tu eterna condena, obligada a vagar lejos del astro rey a quien amaste, y sin embargo tan bella en la desdicha, tan altiva y enigmática, que a este humilde corazón tu ejemplo da congoja y admiración.
- Querido Pierrot, ya que tanto me veneras quiero una prueba inequívoca de tu amor.
El pobre arlequín se sonrojó de nuevo y aún con más vergüenza, pero aceptó de buen grado el deseo de Su Luna, y pasó el resto de la velada imaginando cuál debería ser el regalo que demostrara a su amada la adoración que por ella sentía. A la mañana siguiente desafió al astro rey y salió a la calle bañado por sus celosos rayos, camino del sastre. A este le pidió que le conformara un traje especial. En la casa del sastre aguardó hasta que hubo de marcharse el sol, y volvió entonces a casa.
Por la noche la Luna llegó de nuevo, y Pierrot salió a su balcón, vestido con un traje blanco de seda, tejido con hilos de plata que brillaban con el fulgor lunar. Tan sorprendida quedó la Luna que le dedicó al arlequín una sonrisa benévola.
- Quedo muy contenta con tu regalo, dulce Pierrot –le dijo con cariño.
- De blanco vestís Vos, y de tal debo vestir yo –respondió Pierrot- y en adelante solo con este traje debo andar, en muestra de a quien pertenece mi corazón.
El joven arlequín creyó haber complacido a la Luna, y empezó a recitar de nuevo las poesías, cuando la majestad nocturna le dijo:
- Puesto que mío ya eres, sea en ti como en mi vestido –replicó.
Con un gesto puso en el vestido del muchacho varias estrellas del cielo, y él sonrió orgulloso y agradecido. Y la noche prosiguió como siempre.
Por la mañana temprano salió a casa del sastre para darle las gracias por el traje, pero cuando estuvo en la calle las estrellas empezaron a doler, se clavaban en la piel y el pobre arlequín se retorcía en el suelo con el cuerpo maltratado. Miró al cielo, y vio al Sol enojado y amenazante.
- Si le acompañas en su exilio, sea que sufras como ella y no salgas más que de noche –sentenció con tronante voz.
Pierrot corrió a esconderse en la penumbra de su casa, y estuvo llorando todo el largo día. Al levantarse las sombras salió de nuevo al balcón, y viéndole triste y con tanta congoja en su corazón la Luna le inquirió:
- ¿Qué te ocurre Pierrot?
- Él me condenó a vagar en las sombras por acompañarte.
- Si lo deseas puedo quitarte esas estrellas que ayer te di –le replicó calmándole.
- Le suplico humildemente que no, Mi Luna. El placer y el dolor a partes iguales van si el amor los guía –dijo Pierrot.
Y la noche prosiguió como siempre, entre versos del enamorado y caricias a las heridas del joven. Llegó el arlequín a adorar las heridas, que le recordaban su condición de enamorado lunar, de Pierrot Lunar.
Pasaron mil noches antes de que Ella decidiera poner a su pretendiente la prueba final del verdadero amor. De nuevo en el balcón le preguntó:
- Pierrot, ¿deseas mi felicidad?
- Nada más que eso, Mi Luna.
- ¿Ves esta forma curvada que algunos dicen “media luna”? Es un trozo que perdí cuando empezó mi desdicha y que Él me quitó para que siempre recordase todo lo perdido. Solo quien me venere de verdad puede devolverme mi orgullo.
- Cualquiera sea la forma, dispuesto estoy a complacerla.
Ella tomó un pedacito de su cuerpo y se lo dio al arlequín.
- Una vez que lo tomes crecerá dentro de ti poco a poco, y un día serás parte de mi, estarás siempre conmigo. Pero el dolor es mayor del que nunca puedes imaginar, mayor que los que existen sobre la faz de la tierra, mayor que el que nunca sufrió hombre o mujer alguno.
Sin dudarlo un segundo el arlequín lo tomó, y para mostrar su felicidad se arrodilló en su balcón.
- Ningún dolor es mayor que mi fidelidad –y miró con lágrimas alegres a los ojos de su Luna.
Y la noche prosiguió como siempre.
Cuando despertó por la mañana se sintió hinchado y extraño. Bajó las persianas y las tapió con maderos, pues la luz que se colaba por las rendijas le hacía más daño que otras veces. Pasó las horas componiendo para la noche, con gran pesar de no poder ver a su amada hasta que el astro rey decidiera marcharse. Llegaron las sombras, y con ellas renació su alegría al verla aparecer. Comprobó asustado que algo crecía en su interior, pero no le importó. Como cualquier noche cantó y narró, adorando en cada verso con epítetos acariciantes a los que ella respondía con dulces sonrisas, con la tibia calma de su mirada plateada, que hacía brillar las estrellas del traje.
Y las noches prosiguieron, una tras otra, mientras el muchacho veía crecer sin demora algo nuevo en su interior. Al principio le faltó el equilibrio, y apenas podía caminar, pero sacó una silla al balcón y así solventó el problema. Luego perdió la sensibilidad del cuerpo, pero se alegró de que ya las estrellas no le dolían. Más tarde le faltaron las fuerzas, y debía ir a gatas a cualquier lado de la casa, pero se decía que al ser inferior a Su Luna no tenía derecho a ir erguido como ella. Y finalmente perdió la vista, y se lamentó de no poder contemplarla, aunque todavía agradecido de poder cantarle los poemas que de memoria aprendía.
Muchas noches más tarde, desvalido, débil y ciego, Pierrot se ahogaba durante un poema, la respiración se dificultó, su voz se quebró, de sus entrañas salió desgarrando el trozo que a la Luna le faltaba. Con delicadeza Ella lo cogió el trozo y lo cosió, volviendo a ser la Luna redonda y resplandeciente. Desde aquel entonces Pierrot le acompaña siempre, recitándole poesías y cantándole versos de amor, allá donde vaya, felices ambos de estar juntos.

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Vincent Stephens

a lápiz.....

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