El cuerpo fue encontrado desnudo, tumbado justo al centro de una larga mesa, en una de las salas comunes. Tenía un fino mantel rojo obscuro con elegantes detalles en tonos dorados. El cuerpo se encontraba entre dos enormes quinqués, de un estilo totalmente fuera de época, y con una substancia embadurnada por todo el cuerpo además de un extraño objeto en la garganta.
La policía comenzó las investigaciones indagando primero entre el personal, del cual solo logró extraer algunas pocas pistas, como que la doctora Ruth acostumbraba tener extrañas terapias con los pacientes como parte de su tratamiento.
Mientras algunos de los agentes se encontraban en el salón, recorriéndolo palmo a palmo, tratando de encontrar algunas pistas mas, una de las internas entro en el salón gritando - ¡No se lleven a mi señora! - se arrojo hasta donde estaba el cuerpo y tirándose frente a él, tomó una de las piernas, que colgaba de la mesa, se aferro a ella y frenéticamente lamió los dedos del pie. Entre gimoteos se le escuchaba decir. - ¡Mi señora esta noche me permitiría cambiar el color de su esmalte! ¿Lo recuerda? ¡No se valía! ¡No me deje sola entre estos asquerosos locos! Los agentes no pudieron más que intercambiar miradas de sorpresa y de inmediato entraron dos enfermeros, tomaron a la mujer por ambos brazos y la sacaron de manera violenta del lugar, se disculparon con los agentes por el descuido con la paciente y cerraron la puerta del salón.
Continuaron con su trabajo, mientras el cuerpo inerte de la doctora Ruth era revisado a detalle. Detectaron en sus muñecas y tobillos unas marcas peculiares. Dedujeron entonces que la doctora podía haber sido atacada por alguno de los pacientes. La investigación tomo otro rumbo. Los agentes decidieron comenzar a interrogar a cada unos de los pacientes, tarea poco fácil ya que sus mentes divagaban todo el tiempo.
El cuerpo fue retirado del lugar y llevado a la morgue de la ciudad. Los agentes se turnaron para guardar y preservar el salón y la evidencia. Aquellos que permanecieron en el edificio viejo y derruido, con apenas luz en algunas pocas áreas, lo pasaron muy mal gracias a los gritos nocturnos de las mentes atormentadas. El lugar poseía un ambiente siniestro y enloquecedor aun para las mentes más fuertes y sanas.
El silencio nocturno fue violentado en varias ocasiones por gritos desesperados que provenían de alguno de los cuartos donde los enfermos eran confinados para descansar - ¡Mi señora, derrame su esencia sobre mi, embriágame! - murmullos y gemidos se escuchaban provenientes de distintas habitaciones y pasillos de todas direcciones, como si los enfermos hubiesen escapado y rodearan el salón -¡Mi señora, estoy aquí! - ¡Mi señora, no tomare la medicina! ¡Mi señora, yo ensucie mi bata! ¡Mi señora, permítame peinarla! El ruido era desesperante. Los agentes, ya con los nervios de punta, comenzaron a gritar a los enfermeros para que los hicieran callar, pero éstos no respondían y el murmullo aumentó, mas cercano e intenso. De pronto, una de las puertas comenzó a sacudirse. Pareciera que los enfermos, arremolinados en la puerta, quisieran entrar de estampida.
Los agentes, más asustados que nunca, sacaron sus armas, se colocaron contra la pared a lado de la puerta y las dirigieron en aquella dirección. La puerta se sacudió con más violencia esta vez.
Uno de los agentes hizo señas al otro para que abriera la puerta mientras él se disponía a abrir fuego en contra de quien intentara entrar. De un violentó tirón el agente abrió la puerta y, para su sorpresa, no había nadie de tras .Temblorosos, se miraron uno a otro, cerraron la puerta y la aseguraron poniendo las pesada mesa contra ella.
Cuando dieron la vuelta, justo frente a ellos, dos enormes y resplandecientes ojos negros los sorprendieron. Era una jovencita apenas vestida con una diminuta bata blanca, que dejaba entrever toda su esplendida figura levemente sujetada por la espalda por diminutos cordoncillos que no alcanzaban a cerrar apenas nada de la misma. Se podía ver perfectamente un redondo, firme y generoso trasero, al igual que un jugoso par de senos con un pezón tan abultado que antojaba morderlo. Uno de los agentes, con mirada lasciva y tono de voz incitante, le pregunto a la joven. – ¿oye chiquilla tu que haces aquí? - A lo que respondió - ¿ustedes están aquí para saber lo que sucedió anoche con Ruth no es cierto? Bien pues yo se los diré.
Tomo una silla y se sentó con las piernas separadas, exponiendo ante los agentes su sexo en todo su esplendor, mientras comenzó a relatarles los hechos. Por la noche hubo un esplendido banquete al que algunos de los enfermos asistieron. Cuando yo entre en este salón me encontré con esa mesa en el centro y Ruth estaba atada de pies y manos, desnuda en el poste de allá al fondo. Mientras algunos de los asistentes recorrían su cuerpo con suaves plumas, ella se sacudía y reía de una manera escandalosa.
En está mesa se encontraban platos con frutas picadas. Cuando casi todos los asistentes se divirtieron torturando a la doctora ella les pidió la desatarán y la recostaran con cuidado en la mesa y la ataran a ella para seguir con el festín.
Cuando estuvo en la mesa me llamo y me pidió que pusiera y decorara su cuerpo con las frutas y yo me deleité decorando su blanco y suave cuerpo, lamiendo el zumo que de ellas se derramaba sobre su piel. Acomodé todo cuanto mejor me apetecía. Uvas partidas por mitades en su hermoso rostro, rodajitas de exquisitas peras por su terso cuello, tajaditas muy finas y delicadas de dulces mango en sus senos, gajitos de naranjas aciditas en su estrecha cintura. Coroné su pubis con morenitos y blandos higos, separé sus muslos y flexioné sus rodillas, decoré con delicadas fresas su sexo, jugoso y aromático, distribuí por sus muslos, firmes y torneados, largas tiras de papaya y en sus perfectos pies dispuse la textura pulposa de kiwis exquisitamente dulces, coloqué, tras un largo beso, una gran porción de durazno en su boca, terso y carnoso como sus labios mismos. Cuando terminé de poner las frutas por todo su cuerpo nos invitó a comerla. Todos nos extasiamos lamiendo y mordiéndolo. Ella gemía. En su piel se manifestaba el éxtasis en que se encontraba sumergida. Los vellos de su cuerpo sufrían oleadas de escalofríos, se erizaban y relajaban a destiempo. Comimos todos los dulces frutos que maquillaban y perfumaban el maravilloso platón que nos brindaba su cálido cuerpo, dejando para el último momento el bocado más preciado, que se encontraba en su boca.
Ella seguía relajada. Parecía disfrutar la sensación de todas esas lenguas y dientes recorrido su piel. Por momentos gemía intensamente y se sacudía cuando uno a uno nos deleitamos comiendo las fresas en un frenesí incontrolable. Ellos sacaron sus miembros de sus batas y desahogaron sus fluidos en la doctora. Fue entonces cuando note con horror que no se movía, no respiraba. Nos asustamos y salimos corriendo. Yo avisé a uno de los enfermeros que algo pasaba con Ruth. Vinieron corriendo a verla pero ya era tarde. Había muerto.
Estupendo relato, Caprichosa. Mis 5 puntos para ti
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